BS"D || Rabbi Geier
Lech Lecha 5780
Cuál es el límite de edad para que una persona cambie su rumbo? Acaso existe ese límite?
Muchas veces habrán oído una frase del estilo de: “a mi edad, ya no puedo cambiar”, o hablando acerca de un tercero: “a su edad, no puedo pedirle que cambie”.
Parashat Lej Lejá nos presenta un Abram que a una edad ya avanzada, decide romper con aquello que no se acomoda correctamente en su vida y que debe ser cambiado. Según el Midrash, Abram rompe con los ídolos de su padre con jóvenes 75 años. Y según sabemos, fue exactamente a partir de ese suceso que su vida toma un rumbo diferente. La parte más interesante, más intensa y más fructífera fue, justamente, a partir de esa edad avanzada.
En le caso de nuestro patriarca, no fue un real acto de rebeldía, según cuenta el relato, sino que fueron justamente las palabras que dan título a la parashá, y nada menos que en “boca” de Dios, las que provocaron este cambio: LEJ LEJA, que traducimos como VETE PARA TI.
No fue un simple llamado. Fue un llamado que vino con promesa, como seguimos leyendo: “y te haré por pueblo grande, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás una bendición”.
Esta cantidad de bendiciones casi amontonadas una tras otra son las que dieron el empujón para que un Abram aparentemente cómodo dejara ese estado y diera rienda suelta a su espíritu de buscar lo nuevo, abandonando todo el bienestar material que tenía hasta entonces.
En la interpretación de Rashi, es justamente el Creador quien le da la seguridad que Abram necesitaba ante esa incertidumbre de lo desconocido. De migrar hacia una tierra incierta sin más que una voz nueva que resonaba en su interior y que le prometía un futuro promisorio para sí y para su descendencia.
En la visión de los exegetas bíblicos, cuando uno se va de viaje, existen tres cosas que se ven afectadas: la posibilidad de procrear, disminuye la riqueza del viajero en cuestión, y se ve lastimado su nombre, toda vez que pasa a ser un desconocido en la nueva tierra, aunque haya sido alguien renombrado en su tierra natal.
El Qadosh Baruj Hu en el acto de colmar a Abram de bendiciones, le brinda el antídoto para estas carencias: te haré pueblo grande (aún cuando en viaje, y sin saber el final del mismo, el poder de procrear se dificulte); y te bendeciré (en lo material, a pesar de comenzar de cero en una tierra desconocida); y engrandeceré tu nombre (no va a ser necesario recordar qué clase de nombre poseía con anterioridad. A partir de ese momento forjaría un nuevo nombre, grande, enorme y bendecido).
Cualquier nuevo camino a tomar, es difícil, delicado y plagado de incertidumbre. Y el miedo que nos suele invadir es que el costo que paguemos debido al cambio sea más alto del beneficio.
Abram nos demuestra que no es tarde para buscar ese cambio. Que siempre es preferible “moverse”, atendiendo nuestras más profundas inquietudes que quedarse estático sin cuestionar la realidad que vivimos. Que es posible transitar nuevos caminos, aún frente a los miedos, y sondear nuevas búsquedas, nuevos destinos, nuevos Cnaan, aún cuando nuestro bienestar y nuestra resistencia nos inviten a no innovar.
Aprovechar los momentos de inflexión en nuestras vidas es parte del desafío.
Abram tuvo su guía particular y especial y se transformó en AbraHam, en la promesa de que llegaría a ser av hamon goim, padre de muchos pueblos... y cambió su vida.
Nosotros tenemos la oportunidad de ver el cambio que pudo producir en él la osadía de animarse, y que eso nos permita revisar en cada uno de nosotros aquello que podemos torcer o mejorar.