BS"D || Rabbi Geier
Vayechi 5778
Parashat Vaiejí nos muestra un Iaakov que se despide. Un Iaakov que está en sus últimos días y entiende que debe reordenar la familia, si la idea es preservar los valores por los cuales luchó como padre y como patriarca.
No es diferente a cada uno de nosotros como padres, que intentamos generar en nuestros hijos tamañas fortalezas que luego les permitan enfrentar las diferentes adversidades en la sociedad circundante.
Esto corre claramente para los valores y costumbres judías, como para los valores morales y sociales: Nos preocupamos tanto de que mantengan nuestras tradiciones y apego a nuestras costumbres como judíos como del cómo enfrentarse a los embates del alcohol, las drogas y demás flagelos que existen en su derredor.
Iaakov llama a sus hijos para bendecirlos. Los bendice uno a uno y les marca a cada uno sus errores y sus fortalezas, haciendo gala de un conocimiento profundo de la personalidad y el espíritu de cada uno
Y nos vamos a detener en algunos.
Notemos la particularidad de que comenzó con Efraím y Menashé. Ninguno de los dos era hijo suyo. De hecho eran nietos de Iaakov, hijos de Iosef. El midrash nos dice que la mejor bendición que un padre puede tener es, justamente, que sus hijos sigan su senda, la buena senda.
Pero además por un detalle particular. Las tribus de Efraím y Menashé son las únicas que nacieron y fueron criadas en la impureza egipcia, rodeados de las costumbres egipcias, magos dioses y demás cuestiones que resultarían tentadoras para adquirir cualquier ser humano, en lugar de las propias creencias. Las otras tribus fueron criadas bajo las enseñanzas y la educación de Iakov, y ya constituidas fueron llevadas a Egipto.
A pesar de ello, según nuestra tradición, las tribus de Efraím y Menashé no aprendieron los usos y costumbres del lugar. No los hicieron propios, y fue más fuerte la herencia transmitida por el pueblo de Israel.
A Iehudá le fue otorgado el mando. Iba a ser la tribu que gobernara a todo Bnei Israel, de hecho de esta tribu descendería David y de esa descendencia provendrá el Mashiaj, según la tradición
El midrash nos cuenta que cuando Ds creó el mundo se debatió si crearlo basado en la justicia (midat hadin) o la misericordia (midat harajamim). Y el debate se instalaba en sí mismo en tanto que si lo creaba basado en la justicia, no sobreviviría ningún ser humano al severo juicio divino, y si lo hacía basado en la misericordia, tampoco sobreviviría el mundo ya que se perdonaría siempre toda transgresión y el ser humano no aprendería nada en absoluto y no evolucionaría.
Iehudá fue quien manejó ese intermedio entre ser pacifista y caudillo. Fue quien sugirió “salvar” a Iosef sugiriendo la venta en lugar de dejarlo morir.
El tercero que quería rescatar es Zebulún.
Zebulún es el sexto hijo de Iaakov. Sin embargo el patriarca en su reparto de bendiciones vuelve a alterar el orden. Lo coloca a Zebulún en quinto lugar y a Isajar en sexto. Como siempre, esto no puede ser casual.
Cada tribu tenía una tarea determinada dentro del Pueblo.
En este caso es Rashi quien nos cuenta que los miembros de la tribu de Zebulún eran quienes se encargaban de comercio y proveer de comida, justamente, a la tribu de Isajar, quiene permanecían en casa dedicados al estudio de la Torá. Y Pirkei Avot nos enseña que la recompensa de aquellos que sustentan el estudio de la Torá, es aún más valiosa que la de aquellos que la estudian.
Im ein kemaj, ein Torá. Si no hay harina, no hay Torá.
Se necesita el sustento, el trabajo, el aporte comunitario, no sólo de dinero, sino de los askanim que sustentan el estudio en las comunidades con su trabajo cotidiano con su aporte para sostener los valores que se enseñan y se transmiten en la nuestra y en cada una de las comunidades en el mundo.
Por último, contarles una particularidad de esta parashá: quien está habituado a leer del Séfer Torá, sabe que en el texto no hay signos de puntuación. La única indicación que es posible encontrar en él es la que marcan los espacios entre los diferentes párrafos, llamados cada uno de ellos también parashá (no confundir con la sección semanal de la Torá, que lleva el mismo nombre). Una parashá petujá es un párrafo que, después de su última palabra, continúa el resto de la línea libre antes de la siguiente frase, algo así como el “punto y aparte”. Una parashá setumá es un párrafo que, después de su finalización, se deja un espacio libre equivalente a nueve letras antes de comenzar el siguiente. Generalmente, cuando la parashá de la semana concluye, hay una separación que indica ese final como parasha petujá, o párrafo abierto. Algo así como un punto y aparte. En algunos pocos casos, también hay secciones semanales de lectura que aparecen separadas por una setumá, el espacio correspondiente a nueve letras. Sin embargo, al leer la parashá de la semana, Vaiejí, de un Séfer Torá, llama la atención que hay solo una separación mínima de un espacio correspondiente a una letra, hecho sorprendente y que exige una explicación.
El midrash (Bereshit Rabá 96:1) explica que lo cerrado de parashat Vaieji tiene que ver con la muerte de Iaakov, que ocurre al comienzo de la misma. Según esta interpretación, luego de fallecer el patriarca "se cerraron" los ojos y corazones de los hijos de Israel, al sobrevenir la época de la esclavitud en Egipto. En efecto, la semana entrante leeremos cómo los egipcios esclavizaron a nuestro pueblo. Me parece interesante reflexionar sobre cómo fue que la vida del pueblo hebreo comenzó a “cerrarse” lentamente, hasta tornarse insoportable. Egipto fue el lugar donde los hijos de Iaakov pudieron mitigar el hambre que reinaba en la tierra de Israel. Llegaron sin nada, y por pedido de su hermano Iosef, quien era el segundo del Faraón en ese momento, se asentaron en tierra extranjera y prosperaron. El resto de la historia es conocido: un nuevo Faraón que no conocía a Iosef (o, como dice el Talmud en Sotá 11a, que “fingía no conocerlo”) asciende al trono egipcio. El flamante rey desconfía de los hebreos y comienza a oprimirlos hasta convertirlos en esclavos. Lo que comenzó como un asentamiento temporal a causa de una sequía y siguió como un asentamiento estable ante la prosperidad de la vida en Egipto, terminará convirtiéndose en una de las experiencias más traumáticas para el pueblo de Israel. Ya en la Torá, entonces, vemos una secuencia que se repite una y otra vez en la historia del pueblo judío: somos hábiles para echar raíces y progresar en tierras lejanas, pero no siempre tenemos la misma sabiduría para darnos cuenta a tiempo de cuándo debemos abandonarlas. Ya sea por amor al lugar, por comodidad, por creer que las cosas no pueden pasar de cierto límite, por lazos familiares, económicos o sociales, a veces reaccionamos demasiado tarde, cuando ya quedamos “encerrados”. Esta parashá “encerrada” nos recuerda que siempre debemos mantener, a diferencia de los hebreos en Egipto, los ojos y los corazones bien abiertos.
Permanecer atentos no sólo al bienestar económico, sino por sobre todo a la situación política y social que nos toca vivir. Es nuestra obligación como judíos sostener en cada lugar de nuestra dispersión (aunque suene raro, nuestros hogares son eso en la visión que hacemos de la historia de nuestro pueblo) la educación de nuestros hijos y nietos, la continuidad de nuestras tradiciones y el cumplimiento de las mitzvot, y mantenernos unidos para tener la fuerza de sostener cuando haga falta hacerlo.