BS"D || Rabbi Geier
Vayeshev 5778
Es increíble cómo, en la mayoría de los casos, necesitamos que la vida, o alguien nos sacuda para reaccionar y cambiar. Requerimos de un evento o palabras fuertes o incluso alguna decepción, para entender que el camino que llevamos hasta ese momento no era el adecuado, o el que nos llevaría al mejor puerto esperado.
No creo que realmente seamos “hijos del rigor”, como se dice por ahí. Probablemente nos entregamos fácilmente a las situaciones más fáciles. Al gozo de lo que tenemos, sea poco o mucho. Al “no innovar”, por ese inevitable miedo a que la nueva estructura, a la diferencia de la que existía en nosotros previamente, no nos satisfaga del todo, o no sea tan fuerte como para sostenernos.
A veces no es nada de esto. A veces solamente perdemos el horizonte profundo de qué es lo mejor. O qué es lo importante. Nuestras propias debilidades e inseguridades nos hacen actuar a veces como si todo lo existente fuera nuestro o para nosotros. Como si en serio el resto del mundo nos perteneciera ahora o seguramente a futuro. E incluso podemos llegar a suponer que eso TAMBIÉN involucra gente, familias, Comunidades, gobiernos y podemos crecer en esa suposición tanto como nuestro deseo ególatra nos lo permita.
Voy a contarte un pequeño secreto. No somos originales en lo absoluto. Esto que te ocurre o que ves que le ocurre a gente alrededor tuyo, ya ocurrió antes.
Ya pasó que alguien se creyera más que otros sólo por tener un don divino, o por ser más apto para algo. Ya pasó que alguien con poder quisiera presionar a otro para su propio beneficio, o su propio placer o su propio capricho alimentado por egos o ínfulas de poder ilimitado. Ya pasó que ese mismo “alguien” intentara dar un giro en la historia real para que otro quede como “el malo de la película” en la búsqueda del bien personal y no del ben colectivo.
Ya ocurrió. Y creemos que estamos brillantemente intentando algo nuevo y mejor...
Iosef, en el relato de la parashá, va entendiendo a los golpes: debe ser vendido por sus hermanos y esclavizado para bajarse de un pedestal frente a su mundo en derredor. Debe enfrentarse a un acoso directo de la mujer de su empleador para entender que su tarea estaba desviada. En su respuesta a la mujer de Potifar: “...y cómo podría hacer esta maldad pecando ante Dios” (Bereshit 39:9), no está tomando un sentimiento de culpa ante la situación que tenía enfrente por que existe un Dios que todo lo ve y lo está reprendiendo. Iosef se encuentra con su pasado repentinamente en el momento doloroso que vive. Iosef ve sus orígenes, su familia perdida, sus actitudes ante sus hermanos y su padre. Iosef aprende. Tarde...pero aprende.
Es en la cárcel donde demuestra que ya está listo para “ver” e interpretar los sueños de los otros y no sólo los propios. Y era necesario todo ese proceso para poder usar su poder para bien de los demás, tanto en Egipto como más tarde para con sus hermanos y su pueblo. Era menester que se saliera de su encierro en sí mismo para poder recibir y perdonar y dar.
A veces nos perdemos en el camino. Para esos momentos tenemos el compromiso de nuestra tradición, nuestra Torá, nuestra halajá, el legado de nuestra familia, las imágenes de nuestra infancia o de los momentos familiares y comunitarios que nos muestran que hay valores que no deben perderse.