BS"D || Rabbi Geier
Vayishlach 5780
Se puede torcer el destino?
Según el Tratado de Avot, en el capitulo 3, es Rabi Akiva quien nos enseña que “Todo está previsto, pero la elección es posible”.
Nuestros comportamientos suelen seguir ciertos parámetros inherentes a nuestra personalidad. Solemos enojarnos por las mismas cosas; solemos reaccionar de igual manera frente a los mismos estímuos o las mismas situaciones; solemos mantener nuestras opiniones incólumnes aún frente a verdades que se nos plantan frente a nuestros ojos.
Los cambios en nuestras formas de ser y proceder son difíciles, y así se nos van pasando los días, los meses, los años, en discusiones y a veces enfrentamientos de los cuales, incluso no recordamos el origen.
Torcer el destino, o cambiar la orientación de nuestras vidas, es uno de los desafios más profundos y complicados a los cuales nos enfrenta parashat Vaishlaj.
En ella vemos a un Iaacov, que “se quedó solo y luchó un hombre con él hasta que rompió el alba” (Bereshit 22:25). Un “hombre” al que la tradición catalogó como un enviado de Dios, un ángel. Pero podría haber sido un ladrón del camino que lo asaltó en su soledad, o, quizás su propio yo interno que lo increpó, justo antes del momento crucial de su vida en el cual estaba a punto de enfrentarse a su hermano Esav. Aquel al que había engañado en más de una oprtunidad.
Iaacov, el engañador, el retorcido, que había vivido la primer parte de su vida intentando sacar provecho de los demás, había padecido el engaño de su suegro en carne propia durante 20 años. Y ahora se iba a enfrentar al producto de su engaño más doloroso: aquel que lo había separado de su familia de origen, de su tierra y de su entorno.
Y en ese encuentro, casi irreal él luchó. No había un motivo aparente en la lucha. No hubo provocación. No hubo palabras de ofensa. Por qué luchaba Iaacov? Por qué lo enfrentó aquel ish, aquel hombre?
Seguramente no hubo “hombre” alguno. Seguramente ESE fue precisamente el motivo por el cual hubo que asignarle la condición de enviado de Dios a aquel que enfrentó a nuestro tercer patriarca. Porque la lucha, fue la lucha de Iaacov con él mismo, debatiéndose en cómo raorientar ese destino al cual, ya no quería seguir. De dentro de sí mismo estaba surgiendo el otro Iaacov, aquel que sería merecedor de un nuevo nombre: “Israel”, el recto. Aquel que enderezó con la ayuda de Dios su camino, su vida, su destino.
Para Iaacov, el cambio del nombre fue consecuencia de esa pelea. Y a partir de ese cambio, pudo enfrentar su destino y reencontrarse con su hermano, regresando a su tierra y a sus orígenes.
“Hakol tzafui, vehareshut netuná”. Todo está previsto, pero la elección es posible.
Está en nosotros mejorar como personas, revisando nuestras trayectorias y nuestros procederes, reinventandonos en mejores personas con mejores relaciones y recompoñendo lazos, en una confirmación de que nuestras elecciones son válidas, para lograr como concluye Rabi Akiva, juzgar el mundo con benevolencia.
Que tengamos la sabiduría para hacerlo. Juzgar al resto con mayor benevolencia que a nosotros mismos.